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jueves, 12 de noviembre de 2009

PEDERASTIA Y PEDOLFILIA


En marzo de 2009, el arzobispo brasileño José Cardoso Sobrinho excomulgó a la madre y a los médicos que practicaron un aborto a una niña de 9 años embarazada de gemelos por una violación de su padrastro. Al preguntarse en una entrevista al arzobispo, cómo se hubiera sentido si la niña hubiese muerto por llevar el embarazo hasta el final o por las evidentes complicaciones del momento del parto, respondió con una curiosa anécdota: “una médico italiana mantuvo su embarazo aún sabiendo los riesgos que corría. ¡Murió, pero se hizo santa! ¡No podemos sacrificar una vida para proteger otra!”.

Suelen decir los doctores de la iglesia que Dios hizo libre al hombre, razón por la que Dios no es responsable del mal del mundo. En el caso de la niña brasileña, por ejemplo, Dios no tuvo voluntad para impedir esa violación, sino que sólo es fruto de la voluntad humana. En cambio sí debemos respetar que Dios sí tenga voluntad para que el embarazo de la niña continúe y llegue al parto. En este sentido, cabe decir que si nos hizo libres para decidir antes, también lo somos para decidir después. De no ser así, todo se convierte en un lodazal de crueldad sin sentido que se intenta disfrazar de contenido moral absoluto por aquellos que administran la voluntad de Dios en exclusiva. Después de todo, estos mismos califican como mucho más grave el hecho del aborto que las repetidas violaciones del padrastro a su hija desde los 6 años hasta que quedó embarazada a los 9. Puede decirse que están más preocupados de la vida como un dogma, que de la vida real de los afectados, más preocupados por el alimento espiritual de las almas, que por el alimento que debería llegar a millones de estómagos transidos de pobreza y hambre. En cambio, ya se cuentan por miles de millones de dólares los que el Vaticano se ha desembolsado para resarcir o indemnizar a miles de personas víctimas de abusos sexuales o torturas de sacerdotes, cardenales u obispos.

No es fácil saber si la iglesia está retrocediendo en el tiempo, o si sencillamente se trata de una institución corrompida por el poder y la hipocresía. El Concilio de Trento de 1545 establecía que “ofender la inocencia de los niños” es uno de los pecados más abyectos que humanamente pueden cometerse. Es enterrar en vida a la víctima. No sólo eso no ha cambiado en el seno de la Iglesia católica, sino que ni siquiera cumplen con su privilegiado derecho canónico, el cual establece la expulsión del clero en este tipo de casos.

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