Así como éste se abre camino cuando se cumplen ciertas premisas básicas: la atracción física, la novedad, la seducción, el establecimiento de cierta intimidad y la seguridad en el vínculo (aun cuando éste sea temporario), existen otros factores que lo inhiben totalmente. El estrés causado por el trabajo y el contexto social en el que nos hallamos inmersos, los problemas familiares y económicos. Además, las enfermedades o los conflictos emocionales crean tensiones con efectos adversos para la sexualidad.Y no olvidemos otro factor, muy inhibidor del deseo: las dificultades en la comunicación con el compañero o la persistencia en desacuerdos no resueltos que acaban por incidir en el aspecto sexual. Y es porque la presencia o ausencia de actividad sexual funciona como un barómetro que señala lo bien o mal que está el deseo en la pareja.
El deseo sexual femenino es diferente al masculino; éste se presenta de un modo más constante y generalmente aparece “en automático”. En las mujeres, el deseo es mucho más variable y fuertemente selectivo. Para nosotras, la situación interpersonal, fuera del dormitorio, tiene mucha importancia y puede hacer fracasar cualquier escena sexual.
Incluso algunas mujeres manifiestan que al principio de la relación tenían mucho interés y que tras uno o dos años esa atracción comenzó a disminuir. Las fases iniciales de una relación están llenas de excitación y de sorpresa. Pero, al familiarizarnos con el otro, la espontaneidad y la variedad pueden desaparecer para dar lugar a uno de los virus más ‘enfermantes’ en una relación de pareja: el aburrimiento.
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