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martes, 1 de junio de 2010

¿Fobia al sexo?

El sexo es algo que a todo el mundo gusta. Resulta placentero y permite equilibrarse tanto psíquica como físicamente. Sin embargo, existen personas a las que el sexo no sólo no le gusta demasiado sino que no les gusta nada. Más aún, le tienen un rechazo frontal. ¿Por qué puede suceder esto?
   
La sexualidad forma parte de la naturaleza humana (también de otros primates). Por eso se considera natural que guste y no se entiende que pueda suceder lo contrario. Pero una cosa es que entre las personas haya una variedad en cuanto al nivel de tensión sexual particular y el gusto por satisfacerla y otra que existan personas que sientan rechazo hacia el sexo, una verdadera fobia.

El caso más simple de todos es aquel en el que el sujeto (están más afectadas las mujeres, pero también se da entre los hombres) simplemente no tiene ganas de mantener relaciones sexuales con su pareja. Pero no suelen sentir aversión por el sexo, simplemente, no les apetece mantener relaciones sexuales. Estas personas, habitualmente, se masturban. Eso significa que tienen tensiones sexuales y que las alivian de la manera más sencilla que se conoce. Si estas mismas personas fueran obligadas a sostener relaciones sexuales, su inapetencia por ellas se haría extrema y caerían en una verdadera aversión a mantenerlas. Pero seguirían masturbándose.

Existen casos donde la aversión por el sexo llega a tal extremo que el sujeto no puede ni pensar en él y (teóricamente, al menos, por lo que se sabe hasta hoy) tampoco masturbarse. El contacto con el sexo le asquea, aunque sea el propio.

¿En qué consiste?

Ni que decir tiene que en cualquiera de estos casos, esas personas no pueden ni oir hablar de sexo; se ponen ansiosos cuando se encuentran frente a él, o sólo al pensar en él, e intentan huir de las situaciones que pudieran ocasionar un contacto de este tipo. La persona ha desarrollado, entonces, una “fobia al sexo”.

Motivos.
En los casos más ligeros, lo que suele suceder es que, por una razón u otra, esa persona tiene alguna clase de conflicto no resuelto con su pareja y eso le hace apartarse sexualmente de ella. De hecho, como señalé antes, estas personas se masturban. Luego el problema no está con el sexo en sí, sino con el “sexo con esa persona”. No existe en realidad una clara aversión o una fobia al sexo. Lo que hay es un problema de pareja en la que la falta de relaciones sexuales no es más que uno de sus posibles síntomas. La persona puede sentir a nivel consciente que “debería” mantener relaciones sexuales. Pero el problema que tiene con su pareja (consciente o inconsciente) no le deja hacerlo de verdad. Y la “aversión” al sexo no sería más que un escudo encubridor de esa problemática.

Los casos más graves, las aversiones o fobias verdaderas al sexo, tienen una raiz más profunda y difícil de erradicar. Suele estar precedido de una gran ignorancia respecto a las cuestiones del sexo y, sobre todo, con alguna experiencia traumática temprana relacionada con el sexo. No es preciso que esa experiencia sea objetivamente traumática; una violación es vista por todo el mundo como algo horrible. Basta con que lo sea para el sujeto, aunque para otros no lo parezca tanto. El hecho es que como resultado de esa experiencia, ese sujeto queda marcado y, en consecuencia, no quiere saber nada del sexo. En los casos más graves, como señalé antes, ni siquiera con la masturbación.

   
¿Cómo vencerlo?

Estos problemas no se resuelven solos. Siempre requieren la ayuda de algún profesional. Los consejos de amistades bienintencionadas, en ocasiones, pueden ocasionar más perjuicios que beneficios.

En los casos más simples que he señalado, se requiere una terapia de pareja que permita ventilar lo que está inhibiendo el deseo de mantener relaciones sexuales. Pero no siempre se han de buscar problemas sexuales. Con frecuencia, se trata de problemas de otro tipo que enturbian la vida de la pareja, también el en terreno sexual.

Acudir a un terapeuta permitirá detectar el problema y resolverá la relación de la pareja. Pero no siempre en el mismo sentido. A veces puede permitir que todo vuelva a su cauce. Pero otras veces, lo que sale a flote resulta tan doloroso que el resultado de la terapia es el divorcio; una solución que no surgía espontáneamente pero que se manifestaba de esa manera: alejando sexualmente a la pareja.

Los casos más complejos requieren de una intensiva y, probablemente larga, terapia individual y, si fuera necesario, quizás de familia. Son los casos más difíciles de resolver porque el sujeto ha hecho de la ausencia de sexo un modo de vida; es su coraza frente a algo tan doloroso que sólo consigue evitar cercenando ese aspecto tan importante de la vida humana. Y deshacernos de nuestros escudos cuesta mucho.

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