Buenos Aires se ha convertido en la meca del turismo gay latinoamericano. Ofrece hoteles, bares, discotecas y hasta matrimonio. La Ciudad, más Reina del Plata que nunca.
Tras marchas, polémicas, larguísimos debates en el Congreso y un torrente de opinólogos de ocasión, en Argentina el matrimonio entre personas del mismo sexo ya es legal.
El mundo moderno ha destruido el estereotipo del gay afeminado, ridículo, débil y cobarde. Subculturas como la de los "Osos" han dejado en claro que hay gays que disfrutan tanto la masculinidad ajena como propia.
Malas nuevas para aquellos que todavía ven a la homosexualidad como una aberración, un atentado contra la naturaleza o un pecado mortal que ofende a Dios. "Ya me conoces, Marge. Me gusta la tele fuerte, la cerveza fría y los homosexuales... locas, locas" dijo ese filósofo popular llamado Homero Simpson, un tiempo antes de curarse de su homofobia.
Buenos Aires, ciudad cosmopolita si las hay, se adapta pronto a los cambios y, poco a poco, ver a dos hombres o mujeres abrazados, tomados de la mano o incluso dándose algún beso en una plaza está comenzando a ser frecuente y no provoca (tanto) rechazo entre algunos ciudadanos.
Los cambios, por supuesto, no surgieron de la noche a la mañana, luego de aprobarse "el matrimonio gay". Fue un proceso gradual, gestado desde varios pilares sociales.
Quizás el paso más evidente hacia esta modificación fue la inauguración en 2006 del Hotel Axel, el primero de Latinoamérica dirigido específicamente a la comunidad gay, aunque también acuñó el término "heterofriendly", como una suerte de declaración de principios, que afirma que los homosexuales no quieren ser tolerados, sino aceptados. "Axel Hotel es un espacio libre y tolerante, donde la diversidad y el respeto son valorados y son igualmente bienvenidos dos hombres, dos mujeres, o un hombre y una mujer. Cualquier persona sin prejuicio de su tendencia sexual es bien recibida, valorada y respetada" reza el informe sobre este curioso término.
La tímida pero potente aceptación hacia los homosexuales también dio lugar a nuevas subculturas, como los Metrosexuales. Hombres heterosexuales que, entusiasmados por el orgullo gay, dejaron de tener miedo a admitir que su estética les preocupaba tanto como para concurrir a salones de belleza, utilizar cremas y cosméticos o vestirse a la última moda con marcas reconocidas.
Distinto es el caso de las lesbianas, desde que las fantasías sexuales masculinas heterosexuales convirtieron al sexo entre mujeres en un fetiche caricaturesco.
De pronto, muchas chicas del medio artístico comenzaron a gustar (también) de otras mujeres. Y el derrame a la sociedad no tardó en llegar. Las adolescentes ahora jugaban a darse piquitos, que después fueron besos, que después fueron chupones. El machismo se hizo presente una vez más, tornando la homosexualidad femenina en otro objeto del deseo al servicio del hombre heterosexual.
Sin embargo, con sus pro y sus contras, la homosexualidad argentina ha logrado salir adelante y, con mucho esfuerzo, logró sus conquistas en diversos ámbitos. El último de ellos, la unión civil.
Progreso para unos, inmoralidad para otros. Lo indudable es que la diversidad está más de moda que nunca. La jaula de las locas finalmente se ha abierto.
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