Ambos desnudos y no se avergonzaban. El reto que enfrenta una pareja hoy es poder vivir en santidad. Si alguna cosa corona el éxito en el matrimonio es la santidad de los cónyuges. Pero al parecer esta palabra como que se ha hecho rara en nuestros tiempos. La santidad en una pareja pudiera ser aquel estado donde ambos optan por mantener los valores morales y espirituales como un estandarte para el resto de sus vidas. “Desnudos sin avergonzarse” fue la manera cómo vivió aquella pareja antes que fueran visitados por el pecado. Porque cuando el pecado no está presente no hay razones para avergonzarse.
Cuando Pablo planteó el reto al hombre de amar a su esposa, lo llevó aun plano de comparación que debe ser tomado en cuenta por cada esposo cristiano cuando piensa en su esposa: Amar a su esposa como Cristo amó a su iglesia. Pero en el amor y en la entrega de Cristo por su iglesia hubo una meta: “A fin de presentársela a si mismo una iglesia gloriosa, sin mancha y sin arruga y sin cosas semejante”. No pudo existir una meta tan alta para el esposo que esta. Así como el Señor no concibe una iglesia sin mancha, el esposo tiene una mayor responsabilidad que en su matrimonio no haya manchas que avergüencen su relación. Esto tiene que ver con el pacto de la fidelidad.
2. para enaltecer los valores morales y éticos que deben ser vistos, como adornos distintivos, en la vida de los estamos envueltos en la casa del Señor. La misma palabra “santidad” nos refiere a una separación. A que distingamos entre lo santo y lo profano; entre lo malo y lo bueno. Era una santidad que expresa la separación de los objetos divinos, exclusivamente para el servicio al Señor. Ese mismo principio debiera aplicarse al hogar, y sobre todo al matrimonio.
La desnudez a la que expone nuestra moderna sociedad al cuerpo es sinónimo de vergüenza. Pero no fue así cuando Dios creo al hombre y a la mujer. Fue la presencia del pecado la que cambió aquel estado santo del primer matrimonio. Es la falta de santidad lo que hace que tantos matrimonios queden manchados, destruidos y al final separados. Nunca había sido tan necesario el llamado de este salmo para la familia de hoy.
Un matrimonio debiera luchar contra todos los enemigos que quieren invadir la intimidad de su hogar. Una pareja debiera esforzarse para vivir de tal manera que nada les avergüence. Que el diseño original sea mantenido incólume frente al insistente ataque del pecado. Algunos le desean a recién casados felicidad; es extraño oír de alguien que les desee santidad. Creo que si eso está primero, el resultado será la felicidad.
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