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lunes, 9 de noviembre de 2009

¿CÓMO PROTEGER A LOS NIÑOS?


Entre los traficantes y asesinos de niños y los pedofilos muy discretos, hay un verdadero abismo. Los violadores asesinos se cuentan por docenas a nivel mundial, en cambio, existe una pedofilia ordinaria, más abundante y cotidiana, más enmascarada, estos amantes de los niños no matan ni les pegan a sus víctimas. A veces intentan seducirlos, o compran su silencio a través de amenazas, promesas y dinero (sobretodo en los países pobres). Ellos también son peligrosos.

¿Quiénes son los pedofilos? Las leyes estigmatizan a los autores de atentados al pudor, de agresiones sexuales con o sin violencia, de violación en contra de los menores. Un niño no es nunca consentidor, en términos de la ley: es víctima de un delito o de un crimen. En el sentido etimológico, la pedofilia significa amar a los niños. Sería más exacto decir que los desea eróticamente.

El término pedofilia envuelve comportamientos sexuales (en principio masculinos), más bien diversos: ciertos pedofilos prefieren exclusivamente los varones, otros las hembras, otros ambos. Ciertos sólo se interesan por los niños pre-pubescentes, otros, hay que saberlo, por los más pequeños, es decir los bebés. Ciertos no son atraídos sino por los menores, otros gustan también de los adultos. Algunos no pasan nunca al acto sexual aún si el deseo los obsesiona.

¿Cómo se pueden detectar? Difícilmente. Más bien seductores los pedofilos son a veces casados y padres de familia: “son gente que están por encima de toda sospecha”. Sus gustos clandestinos no les impide ser perfectamente comprometidos. Se les encuentra en todos los medios, pero tienen predicción por las profesiones que les permite estar en contacto con los niños: son generalmente considerados como excelentes pedagogos. Muy activos en los medios asociativos, ofrecen voluntariosos sus servicios para animar una coral, entrenar un equipo deportivo, ayudar a los jóvenes en dificultad, aún trabajar contra los pedofilos.

Con el fin de tener niños a su disposición, los más hábiles se hacen agraciar de una mujer divorciada con niños o de una madre soltera. Los pedofilos llevan a menudo relaciones largas con sus víctimas: los embozalan haciéndoles creer, por ejemplo, que su padre están al tanto, o cultivando el romanticismo del “gran secreto” del cual no se debe hablar con nadie. Cuando se tienen sospechas, se debe consultar al médico, al asistente social o, sin vacilar, a la policía. Se puede también dirigirse a las asociaciones y lo más pronto posible al Tribunal Internacional de los Niños.

¿Qué decir a los niños? Todos los especialistas están de acuerdo: es necesario armar a los niños de palabras. Hay que informarles desde sus primeros años de vida de la existencia de los pedofilos, sin dramatizar. Hay que decirles que las relaciones sexuales entre los adultos y los menores están prohibidas por la ley. No se trata de asustarlos, pero, al contrario, de exhortarlos a no dejarse paralizar por el miedo.

Hay que enseñarles a no seguir un desconocido en la calle, seguramente, pero también alertar a los transeúntes en caso de problema. Deben sobretodo saber que su cuerpo le pertenece, y que tienen el derecho de decir no a un adulto, cualquiera que sea, amigo, maestro, tío, padrastro, etc. Deben también saber que no corren ningún riesgo, ni ridículo, ni reproche si se quejan de los gestos muy evidentes de un amigo de la familia o de una agresión en la calle de regreso de la escuela. En fin, en la mayoría de los casos, los pedofilos juegan sobre el temor y la vergüenza de los niños y son alejados por una actitud de resistencia serena.

¿Los pedofilos son enfermos? En la clasificación internacional de las enfermedades, editada bajo la autoridad de la Organización Mundial de la Salud, la pedofilia, primeramente inscrita en el capítulo de las perversiones sexuales, fue considerada posteriormente como desviación sexual y luego como trastorno de la preferencia sexual. Los psiquiatras distinguen a los pedofilos como deficientes intelectualmente e inmaduros, permanecidos infantiles, los pedofilos regresivos, que fracasado en sus relaciones sexuales con otros adultos, y los perversos, para los cuales el niño no es más que un objeto, “fuente de un placer acentuado por el miedo que ellos inspiran al niño”.

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